
Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Palabras: 1667
Idea de dar razón de lo escrito. Los asesinos
Que entre el Diablo y escoja
Por Felipe Agudelo Tenorio
Todos los subgéneros de la llamada Novela negra, que hoy vemos como asumen una posición relevante en la literatura de incontables países del mundo, tienen su fuente original en la novela policíaca y la gran novela realista del siglo XIX.
Desde su surgimiento la novela negra ha evolucionado de manera constante, al vaivén de los tiempos, de los cambios ideológicos que alteran la ética y la moral de los comportamientos y ha crecido siempre en resonancia y contrapunteo con las vertiginosas transformaciones políticas, económicas, sociales y artísticas ocurridas a lo largo del siglo XX y los comienzos de este. Y, hoy en día, ya se encuentra en su plena madurez.
Este género que recibió su impulso fundamental gracias a un puñado de magníficos escritores del mundo anglosajón, principalmente, hoy tiene cultores y cultoras a todo lo ancho del planeta, acumulando además un creciente público lector. De tal forma que claramente puede decirse que experimenta un auge que, además, viene siendo potenciado por los thrillers y las series televisivas que cautivan las audiencias a nivel global y que se amamantaron en sus páginas. Lo que de rebote establece una fructífera competencia y plantea un gran reto literario, puesto que la novela debe contar a su modo y no a una manera calcada del cine. Digamos que los recursos de la literatura y del cine se tocan, pero difieren. Eso está obligando a que la novela negra explore los caminos abiertos por la gran literatura, pues de no hacerlo tendrá que sucumbir. No en vano vivimos tiempos en el que todas las diferencias, límites y fronteras parecen estarse desvaneciendo y la novela negra se ha ganado su ecléctico lugar por derecho propio. Con esto quiero decir que a este género no le bastará con sostenerse en la pura trama y el relato de las peripecias, sino que tendrá que ir más allá y convertirse en excelente literatura.
América Latina y Colombia no son excepciones a este fenómeno, pese a las dificultades que en esta zona del mundo este género ha tenido para lograr brotar y establecerse; en especial porque rompe con los estilos, el tratamiento de los temas y los géneros tradicionales de lo que se ha considerado como nuestra gran literatura y en parte porque nosotros, como pueblos en exceso conservadores, solemos siempre llegar tarde y con temor a todas partes. Pese a ello esto no ha disuadido a grandes escritores, que lo han cultivado o al menos intentado. Casos como Onetti, Borges, Bioy Casares, Fernando del Paso, Germán Espinosa, Oscar Collazos y Ricardo Piglia, para solo mencionar unos pocos, ejemplifican esto. A más de algunos que lo han abordado sin necesidad de rodeos como Rubem Fonseca y Padura.
Lo singular de esta narrativa es que orbita en torno al viejo y siempre actual problema del mal. Ataca de frente el tema del mismísimo Mal, que es uno de los de más rancia estirpe en el arte, la literatura y el teatro. Sabemos que la maldad ha sido una de las grandes preocupaciones de la humanidad a lo largo de su historia. E incluso uno podría afirmar que todas las religiones intentan una serie de teorías, discursos, mandamientos, protocolos y rituales para evitar el mal, para intentar derrotarlo. Las grandes mitologías también dan prueba de ello e incluso las narrativas históricas de los momentos más cruciales de todos los pueblos suelen leerse como resultado de una lucha entre el bien y el mal. Para no entrar en los tomos pertinentes de la filosofía.
Esto lo traigo a colación a raíz de las reflexiones a las que me llevó la novela Los asesinos (Editorial Tusquets, nov. 2021) de Germán Gaviria Álvarez que acaba de aparecer en librerías. E inició así solo para indicar que se trata de una estupenda novela que se inscribe sin complejos, excusas o atenuantes en el latir del género noir que llamaré fuerte.
Desde su título, Los asesinos desbarata ilusiones y nos previene que nos enfrentaremos a una novela de corte duro. Cosa que por cierto comprobamos desde sus primeras páginas. Esto resulta así porque Germán Gaviria desecha −de manera arriesgada, pero con acierto− la dicotomía a la que me he venido refiriendo. En su ámbito novelesco lo que impera es el mal y solo campean sus acciones. De forma tal que uno no puede dejar de pensar que la novela busca operar como una metáfora o alegoría de nuestro país, donde nos topamos con esa ausencia del bien infinidad de veces. Para nadie es extraño que los colombianos con frecuencia debamos cuestionarnos sobre quiénes, en verdad, son los buenos en nuestra historia.
Una de los potenciales que tienen las novelas negras es que son, por lo general, idóneas para la crítica social, pues su interrogación literaria se orienta no solo hacia los movimientos de la interioridad del ser humano sino hacia una narrativa que toma de posición ante el contexto social e histórico que el escritor trata. El cuestionamiento acerca del mal conduce indefectiblemente a una honda pregunta por la condición humana y su sociedad. Y como consecuencia no puede llevar más que a una visión crítica de ambas. Quizás porque la única y verdadera respuesta a: ¿por qué existe el mal? Es porque nosotros existimos. Salvo en las sociedades humanas, no existe el mal en ninguna otra parte. Solo nosotros somos capaces de crearlo. El Universo y la vida son ajenos al mal. El mal es solo humano, demasiado humano. Pero como es polimorfo muestra nuevas facetas en cada época, individuo y sociedad.
Lo que Germán Gaviria hace con notable maestría narrativa, con pulso seguro y una voz despojada y envolvente es plantarnos ante una historia que quiere mirar más allá, escarbar más hondo. Sus tremendos y muy bien facturados personajes principales, Araoz, Violeta y muy especialmente Leal, son no solo un trío de asesinos, a los que se los retrata sin clemencia y sin rebajarse a juzgarlos, sino un espejo terrible en el que nuestra sociedad colombiana se debería mirar. Son una bofetada en pleno rostro a la pretendida inocencia.
En esta novela el bien es dejado por fuera, a conciencia. En ese sentido su universo literario está cerrado y bien delimitado. A lo que asistimos es a una serie de enfrentamientos del mal contra el mal. Y así es como se bordea la dimensión trágica de lo fatal, puesto que no muestra que haya elección, escape o salida. Tampoco busca emitir juicio, buscar perdón o suscitar simpatía. La narración toma distancia moral y busca narrar solo lo que es. Y sin embargo, la originalidad, el riesgo y el acierto están en que esas actuaciones se nos presentan sin juzgarlas ni justificarlas. Los personajes son lo que son y lo único que importa es lo que ellos hacen. Y son así porque son producto de nuestra sociedad y sus valores. El dilema que resulta se plantea de forma tal que tiene que ser el lector quien se encargue de montar su propio tribunal.
Los asesinos es una novela con una muy bien elaborada estructura. El perfecto ensamblaje de sus cuatro partes evidencia la sapiencia literaria que ha adquirido Gaviria, obviamente con esfuerzo, oficio y reflexión. Puesto que para desarrollar esta obra el autor ha escogido la difícil arquitectura del círculo, la de la serpiente que se muerde la cola. La historia que se nos narra fluye de una manera vertiginosa, montada en una prosa exacta, afilada y despiadada, pero todo comienza justo allí donde finaliza. No obstante este recurso ha sido ejecutado con tal precisión que solo hasta el final de la lectura somos plenamente conscientes de que hemos retornado al punto de partida. En ese sentido el círculo se nos sugiere perpetúo e infernal.
Repito, partimos desde el final, pero esto no lo sabremos sino hasta concluir el viaje propuesto. Porque esta novela también es un recorrido puntual que nos lleva por dos geografías contrapuestas, que en Colombia son escenarios centrales. Vamos desde las calles y cantinas de Malacabeza, un pueblo en las selvas orientales de nuestro país, en los extramuros de San Vicente, hasta elegidos barrios de una Bogotá retratada sin uso de maquillaje. Una geografía, por supuesto, en la que la violencia criminal es constante e inminente; al punto de que avanzamos de crimen en crimen, pese a lo cual no solo logra sorprendernos sino meternos en momentos de auténtico suspenso que producen una tensión angustiosa, muy bien conseguida e infrecuente.
Los asesinos es una muestra descarnada −aunque no incurre en la facilidad de lo truculento− de las terribles violencias que frente a nuestros ojos acontecen cada día. Las vemos ocurrir como si estuviéramos metidos en un túnel que pareciera no tener salida, como si su dolor solo le concerniera e importara sus víctimas directas. Una violencia que además se nos ha vuelto cíclica y todo el tiempo pareciera estarse repitiendo. Es un retrato directo que no deja por fuera a nadie.
Uno como lector agradece la audacia y las ideas que Germán Gaviria ha propuesto en su novela, su falta de concesiones y complacencias, su lucidez, su crítica y su limpieza narrativa.
Quizás uno no salga de la lectura de esta muy buena y atrapante novela sintiéndose indemne, esperanzado o consolado, pero es factible que lo haga queriendo mentirse mucho menos, entendiendo que hay que tener la valentía de mirar las cosas de frente y, sobre todo, que resulta válido y pertinente el arriesgarse a verlas y a contarlas tal como son, aunque para ello paradójicamente se valga de los recursos de la ficción.
Bogotá, diciembre 8 de 2021