Literatura del yo

Autor: Germán Gaviria Álvarez
País: Colombia
Año: 2024 
Páginas: 5
Palabras: 1.789
Idioma: Español
Género: Ensayo
Subgénero: Ensayo literario
Temas: escritura literaria | creatividad | creatividad literaria | oralidad

Ideas generadoras del ensayo: Desde que leí en mi juventud, Memorias del subsuelo de Dostoievski, quedé fascinado con la novela y con el personaje. Pero no advertí la clase de libro que era y su verdadera dimensión sino muchos años después, quizá en 2011, cuando volví a leer a este autor y en paralelo a Coetzee, que le dedica a la biografía y a la confesión en su volumen Cartas de navegación (ensayos publicados entre 1970-1990), un estudio homónimo. Luego, a principios de 2016, conseguí unas fotocopias del libro completo, El buen relato (abril de 2015, El Hilo de Ariadna), pues aún no había llegado a Colombia, libro que compartí con todos mis amigos, y además usé en la Cátedra Coetzee que dictaba en la universidad. Posteriormente, hacia 2017 comencé a leer la biografía de Dostoievski de J. Frank, y fue allí, en donde confirmé mis supuestos y mi trabajo de cinco años atrás.

A finales de 2019 escribí una breve Memoria en la reflexionaba de manera liviana sobre la literatura del yo. Fue la época en la que empecé a llevar un registro a manera de diario íntimo y de diario literario en el que pudiera consignar mi día a día ante la posibilidad de escribir continuamente mi novela Todo se destruye debido a mis obligaciones laborales. Pero allí también registré mis avances, mis estados de ánimo cotidiano y mis vida literaria y personal. 

Toda esa época coincidió con la escritura de mi novela Los amores destrozados (2023), que es completamente autobiográfica, aunque no confesional. De poco sirve a un escritor pontificar sobre temas narrativos complejos si no ha escrito una sola línea de ficción en su vida.

Palabras clave: escritura literaria | creatividad | oralidad | autenticidad

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Literatura del yo

 

Por Germán Gaviria Álvarez

 

“Escribir es una forma de orar”, escribió Kafka en 1920 (Diarios, Aforismos). Si esto es así, y le hallo toda la razón en el mundo post oral culture, también quiere decir que la escritura trae a la piedra, al pergamino y a la hoja física o virtual no solo la materialidad de las palabras de las que rebosa la humanidad (Kafka) desde tiempos pretéritos, sino que trae al tiempo presente la divinidad inaccesible. La divinidad lejana, no-legible, apenas intuida, que mediante la escritura viene a la cercanía del ahora, del pensamiento individual, único y exclusivo en el que el escribiente o escribidor ora, habla consigo mismo, pues orar es hablar, implorar, hacer un discurso. La escritura auténtica es concentración, pero también elevación, éxtasis que puede durar apenas unos segundos, unos minutos o algunas horas si quien escribe tiene la suficiente fuerza interior y el suficiente entrenamiento para ello, de ahí que sólo unos pocos escritores (as) lo logren. Cualquiera puede orar/escribir como elevando una plegaria, es cierto, pero no cualquiera tiene la potencia interior para elevarla desde lo hondo de su ser sin pedir nada a cambio a la divinidad. Pues el dar auténtico está despojado de toda intención y no espera retribución alguna. Así, la escritura auténtica es completamente desinteresada, da, entrega, cede. En ella no existe el intercambio. En todo intercambio opera siempre una transacción de orden económico utilitario en el yo que se expresa y trae al ahora presente lo infinitamente lejano que es una suerte de perfectibilidad, pues no hay ningún comercio. Es expresión pura del pensamiento y/o de la intuición, las dos únicas formas kantianas de conocer. De ahí que la literatura auténtica sea tan escasa y la literatura de entretenimiento abunde, prolifere, colme casi todos los espacios de lectura y de la vida. Y es escasa porque el escritor no escribe para descubrirse, sino para velarse, se esconde detrás de las palabras ya escritas con las que se ha fundido para sentirlas hondamente en el corazón. Es la luminosidad del ocultarse sacando a la luz. También en 1920, Kafka, un gran lector de diarios y biografías, escribió en sus Diarios (obsérvese la aporía) que confesión y mentira son lo mismo. Y vuelve a tener razón. Pues, ¿qué son Las confesiones de san Agustín, por ejemplo? ¿Y las de Rousseau? No son más que formas de oración en las que el yo se expresa para obtener, en el primer caso, el ‘perdón’ de la divinidad, y en el segundo, el ‘perdón’ social. En ambos escritores se exige al que lee o escucha un intercambio de orden económico. ¿Quiere decir esto que ambos no son escritura auténtica? De ninguna manera. Claro que es escritura auténtica. Para san Agustín (s. iv-v d. C.), aunque la práctica de la escritura era cosa corriente desde hacía unos 1.000 años ‒tampoco era para todo el mundo sino para los letrados (una elite)‒, y gracias al poderoso influjo del cristianismo y del judaísmo la palabra se consideró de origen divino y escribir se transformó en un modo de hablar consigo mismo en busca de la divinidad. En cristología el Verbo, la palabra, el Logos, la razón, es el nombre dado al hijo de Dios (Evangelio según san Juan). No hay razón para dudar de la autenticidad de la escritura confesional de san Agustín, pero sí hay que dudar de lo que quería a cambio; a saber, ser perdonado por la divinidad, la única instancia que en su lógica puede absolver, perdonar y abrir las puertas del Paraíso. ¿Qué estaba entregando a cambio san Agustín en su transacción económica utilitarista? ¿Su alma? Creo que más acá de la salvación divina de su alma, al escribir sobre su infancia, adolescencia y juventud pecadoras, quería dar ejemplo y que otros, pecadores como él, se convirtieran al cristianismo y fuesen corderos, lo que sería la confirmación del modelo de intercambio económico utilitario. ¿Esto lo sabía san Agustín? Sólo se confesó públicamente hasta los 40 años de edad y murió de 76, ¿no es extraño que no siguiera confesándose? ¿En esos 36 años que sucedieron a su confesión no volvió a tener siquiera un mal pensamiento, no pecó, se convirtió en un santo? ¿Qué ser humano normal, según el canon católico, no peca? Con Rousseau sucede exactamente lo mismo. La única diferencia es que en Jean Jacques el tipo de intercambio económico que buscaba no estaba en el mundo de lo divino sino de lo humano, en el orden laico. Rousseau, un pecador como cualquier deísta, no pide el perdón divino sino social mediante la misma técnica de estructurar su escrito de acuerdo con una línea temporal dada: infancia, adolescencia, juventud. No sobra decir que Rousseau vivió 66 años y sus Confesiones abarcan, como en san Agustín, sus primeros 43 años de vida. Tampoco sobra señalar que Jean Jacques, el buen pedagogo, también escribió sus Confesiones para aleccionar y ganar adeptos. ¿Estos dos confesantes son los primeros en escribir literatura del yo? Es decir, una literatura en la que el escritor habla de sí mismo en busca de su propia verdad humana y necesita de aceptación divina y/o social. La confesión es una de las muchas formas de ficción, o como decía Kafka, de mentir. Pues toda ficción es una mentira bien contada. Entonces Kafka, ¿mintió en sus Diarios, en su enorme cantidad de cartas, en sus aforismos? El diario y la carta, al ser crónicas de sí mismo, registran el ahora inmediato, no son una retrospectiva que la memoria fácilmente puede falsear. La mentira de la que habla Kafka no está en ese registro manipulable, interpretable, mediado por una intencionalidad y lo falible de la memoria humana. En el diario y en la carta kafkianas, el registro está mediado por el lenguaje incapaz de expresar verdaderamente lo que el escritor desea. Para Kafka, el lenguaje escrito constituido por figuras retóricas de sustitución (la metáfora, el símil y la personificación, etcétera), son las que falsean la realidad, por eso habla de mentira. De ahí el estilo particular de la escritura de Kafka, que tampoco pudo escapar por completo a la tiranía del lenguaje figurado para narrar un suceso, una acción. Es la razón profunda de Kafka querer destruir las obras que no alcanzaron la verdad que deseaba y sólo quiso rescatar unas pocas. La verdad que Kafka buscaba aquí la entendemos, en términos creativos, como escritura auténtica.

¿Y la autobiografía? La autobiografía no es una confesión. En la autobiografía, como en las memorias, quien escribe hace una retrospectiva ‘objetiva’ (muchos aportan pruebas) de su vida y saca a la luz aspectos de su vida privada, aquellos que, justamente, proporcionan ‘pruebas’ del relato que el autobiógrafo quiere mostrar al público de su vida, que nunca será su vida verdadera. ¿Cómo podría serlo? La autobiografía es la luminosidad de ocultar sacando a la luz. El confesante u orante se esfuerza por enfatizar en sus pecados (morales, éticos, civiles) para inspirar perdón en el lector, un lector pasivo que se compadece y con frecuencia se regodea. El autobiógrafo quiere escandalizar para embozarse tras el flujo verbal. Además, el autobiógrafo sabe que, lo que uno es no puede ser expresado y sólo se puede escribir sobre lo que uno no es (Kafka). Pero, si esto es así, ¿el yo profundo es tan lejano e inaccesible como la divinidad y por eso jamás podremos conocernos a nosotros mismos? Para Kafka, que era un judío profundamente religioso, sí. Habría que creer en la existencia de una divinidad tanto como en la existencia de un yo inasible, ilegible, no presente, desconocido. No es el caso. Esto tiene sentido para san Agustín y Rousseau, no para Dostoievski, también religioso, pero en Memorias del subsuelo demuestra que no busca ningún perdón divino ni humano, y más bien sí expresa la existencia de ese yo inasible e ilegible mediante la confesión violenta y anárquica, acaso una de las formas más puras de escritura y más modernas ‒incluso hoy‒ de confesión laica. Una confesión que, a pesar de su crudeza, tampoco alcanza para perdonarse a sí mismo y ser digno, por ejemplo, de la amistad y del amor pasional por una mujer, de pertenecer a la sociedad y obtener el perdón divino, que en la novela es particularmente lejano e ilegible. No es gratuito que los existencialistas y los surrealistas se hubiesen intentado apropiar de esta obra como la gran madre espiritual y artística de sus causas. Pero la literatura del yo no se limita a la autobiografía y a la confesión escritas. Se encuentra, desde la Biblia, en el género epistolar, en las memorias, en el diario íntimo y en el testimonio, hasta la crónica de sí mismo de las experiencias místicas y míticas. La memoria oral, tan defendida hoy por los antropólogos multinaturalistas o perspectivistas, que sólo admitiría un registro audio o audiovisual, no escrito, pierde de vista que en todas las culturas se dio el paso obligado de lo oral a lo escrito. De no haber sido así hoy no tendríamos Ilíada, Odisea, la Biblia, el poema de Gilmamesh, la saga de Egil Skallagrimsson, el Popol Vuh o el Yurupary. La palabra, el verbo fundacional del mundo desde que el humano es capaz de formar palabras, es una forma de pensamiento y éste no sólo tiene lugar en la oralidad como quería Platón, sino en la escritura. Hoy se escribe para reflexionar, para estructurar pensamiento y para ordenar el mundo ficcional e intelectual que nos rodea. Hoy existe tal cantidad de palabras ‒que suman millones en los idiomas, jergas y dialectos conocidos‒, que todavía está muy lejano el día en que tenga lugar un solo idioma unificador, pero llegará, y entonces el acto creativo en narrativa literaria será otra cosa. Quizá es necesario señalar que si todo lo anterior es así, y sin duda lo es, al menos por ahora toda escritura es autobiográfica. Este ensayo es una prueba de ello. 

Todo lo anterior quiere decir, palabras más, palabras menos, que en la escritura auténtica, aquella que practica el escritor de manera no-imitativa, que eleva a la calidad de relato ficcional gracias al pensamiento y a la intuición ‒ambas unidas intrincada e inexorablemente‒, elevación que logra en pequeños raptos de éxtasis y nadie más que él puede hacer, es autobiográfica. Es escritura del yo. Toda escritura del yo es narcisista y autoerótica, pero no por serlo es solipsista o autocomplaciente, aunque sea lo que prevalezca en el mercado editorial contemporáneo a nivel mundial. La diferencia radica en que la escritura auténtica no espera nada a cambio. No necesita del aplauso ni de ninguna retribución comercial, pues está por fuera del círculo económico utilitario. De ahí su rareza. De ahí que sólo un puñado de escritores (as) alcancen semejantes alturas.

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