La violencia que relato es odiosa, desborda la frontera de lo humano

Por: Armando Neira
Publicado en: Periódico El Tiempo, Colombia
Fecha: Marzo 6 de 2022

El escritor bogotano Germán Gaviria habla sobre su novela Los asesinos, de reciente publicación.

El escritor de cuna bogotana, Germán Gaviria, habló con EL TIEMPO sobre su reciente novela titulada Los asesinos, la cual por la precisión de los hechos y escenarios siembra una inquietud: ¿es pura ficción o un gran reportaje?

Para empezar, ¿quién es Germán Gaviria Álvarez?
Un señor que, durante el sueño, al despertar, en la mañana, durante el día y antes de dejar el libro de la mesita de noche busca hacer literatura.

¿Escribir para qué?
Mis libros novelan una fracción de la identidad colombiana.

A propósito, ¿cómo tomar distancia para novelar un conflicto que aún no cesa?
Las variadas formas de violencia que relato son odiosas, desbordan la frontera de lo humano, son abominables. Pero no porque yo lo considere así, traslado mis opiniones al texto. Al ser escritor de ficción, me esfuerzo para no juzgar los hechos ni a los personajes. Uso un lenguaje y un punto de vista objetivos. No tomo partido por nada ni por nadie. Es una cámara objetiva.

Esa cámara muestra a Bogotá y se traslada a los Llanos Orientales. ¿Es deliberado?
La intelectualidad bogotana ha sido centrista, cerrada, obtusa, elitista, envidiosa. Desde el siglo XIX, la élite bogotana, al vivir en el altiplano, se acostumbró a mirar despectiva y de modo condescendiente hacia abajo, hacia los de las tierras bajas. Y si a esto le suma usted la teoría inglesa importada de que las gentes de las tierras tropicales somos incapaces de generar un pensamiento sofisticado, ahí tiene otra tara.

Por la precisión del relato y de lo que se ha visto en el país, ¿lo suyo es reportaje o ficción?
He investigado los hechos, los he analizado. Eso constituye algo así como el 75 por ciento del trabajo. Pero no estoy capacitado para hacer ningún tipo de periodismo. Operación masacre, de Rodolfo Walsh, me enseñó que si deseo imprimir objetividad a un relato yo no debo figurar como arte y parte de algún suceso narrado.

¿Entonces?
En cambio, la obra que se consigue en español de Svetlana Aleksiévich me mostró que se puede hacer una crónica personal, desde el punto de vista de los otros, que pueden ser yo mismo. Pareciera ser que es potestad de los narradores pastar en los potreros de los gramáticos, de los historiadores, de los sociólogos, de los científicos, de los cronistas, etcétera. En realidad, funciona en ambos sentidos. Si el cronista pasta en los terrenos del ficcionalizador, como en Crónica de una muerte anunciada, amplía el campo semántico del escrito. Solo me acerqué a sucesos desde diversas perspectivas para comprender su significado ayudado de la microhistoria. Tengo claro que es imposible reconstruir un suceso pasado en sus ínfimos detalles, siempre algo se escapa, por mucho análisis textual que se haga. Lo que no comprendí lo dejé en acto puro y lo que no pude constatar rellené los vacíos con inferencias contextuales, es decir, con ficción. Sí, mi novela es ficción pura.

Usted es muy directo en el lenguaje. Eso queda claro de entrada en el título: Los asesinos. ¿Huye de las metáforas?
Hay un control estricto del uso de las metáforas, y en general de las figuras retóricas de sustitución. Así como de adjetivos. Del lugar común. Estas herramientas de la narrativa, cuando se usan indiscriminadamente, falsean la ilusión de realismo. Invalidan el pacto que se establece entre el texto ficcional y el lector. Los asesinos es una novela realista a secas, no poetiza ni vulgariza nada, trata de dejar en el lector la idea de que una novela puede ser algo más.

Una representación de nuestra realidad, ¿por ejemplo?
Sí. O un registro de lo que ha ocurrido en la sociedad en los últimos 25 años, sin que sea una radiografía. Una radiografía muestra huesos, trato de mostrar la sangre que corre. Una sangre más allá de la sangre.

La estructura de su novela no es lineal, empieza de atrás hacia delante. ¿Por qué?
Es para dinamizar las historias. Se le envía el mensaje al lector que el libro es doblemente abierto. La realidad cotidiana lo es. Ni siquiera, cuando alguien muere, la historia acaba allí. Si se llega a la última página, no significa que el texto termina. Esto se relaciona con la esperanza de que algún día la violencia acabe. Es una esperanza vana. La naturaleza del ser humano es violenta. La sociedad occidental lleva más de 2 milenios tratando de entender eso. El camino ha sido muy largo. Y lo que falta.

Hay una discusión por la frontera entre la novela negra y la policiaca. Aquí en Colombia, varios autores han abordado el conflicto armado. ¿En qué género podrían ubicarse estas?
A la discusión qué es novela negra y qué novela policiaca en América Latina, y la confusión aparente que existe, contribuyeron Borges y sus epígonos. Borges odiaba las novelas policiacas en su vertiente norteamericana: Hammett, Cain, Chandler, etcétera. Odiaba la violencia y el sexo explícitos, el lenguaje soez, callejero, los comportamientos burdos de los personajes. Para Borges solo era válida, como forma artística, la novela policial británica: Conan Doyle, Collins, Chesterton.

¿Y la novela negra?
En la novela negra, si bien se usa la sagacidad para resolver un misterio, priman los métodos violentos. Allí la ética y la moralidad bordean zonas grises. En la novela policiaca prevalece la capacidad de análisis del investigador, el lenguaje cuidado, los modales refinados, el desarrollo de la acción en espacios cerrados. La ética y la moral son elitistas. Son juegos mentales, según el canon de Poe, padre del género. Hasta bien entrada la década de 1990, ambos conceptos estaban refundidos. En Colombia, el desarrollo de la novela policial y negra es reciente, diría que de los años 1990 (aunque hubo una que otra novelita policiaca, como ¿Quién mató al carabinero?, de Arcadio Dulcey, en 1976, por ejemplo, hoy perdida). También existe una literatura de la Violencia bastante nutrida, desde la década de 1940. Hay otra del narcotráfico, otra del sicariato. Héctor Abad llama a esta última novela sicaresca. Son géneros diferenciados, que yo califico como narrativa criminal.

¿Y en Los asesinos?
En Los asesinos no hay investigación policial, no hay misterio o misterios que resolver, no existe el delincuente al que hay que develar y castigar. Aquí el crimen no es un fin ni un medio narrativo, forma parte de la narrativa específica de nuestra sociedad.

En las 310 páginas de su obra está en toda su dimensión el horror paramilitar. ¿Cree que el país asimiló lo que esto ha significado en nuestra historia?
No. Si lo hubiera hecho, habría sido suficiente para frenar el horror que aún vivimos.

Por ejemplo, los hornos para incinerar los cadáveres que usted narra. ¿Existieron en los Llanos Orientales en la realidad? ¿Cómo eran?
Castigar, aterrorizar y ocultar el exceso de cadáveres fue un propósito inicial de Carlos Castaño a finales de los años noventa con la idea de los hornos. Se cree que los hornos crematorios en el Catatumbo datan de 2001-2002. Eran de ladrillo; el combustible, carbón mineral, que puede alcanzar hasta 1.600 °C, según el tipo de horno. El cuerpo humano se calcina a 1.150 °C. En el Catatumbo incineraron a más de 570 personas, declararon años después los criminales ante la JEP. En el 2021, con las declaraciones de Mancuso, salió de nuevo a relucir esta práctica. En Me hablarás del fuego, los hornos de la infamia, el periodista Javier Osuna hace un valeroso trabajo. Que yo sepa, no hubo este tipo de hornos en los Llanos Orientales, en donde operaron durante más de 15 años las Autodefensas Campesinas del Meta y Vichada, ACMV. Mi información sobre los hornos es libresca.

¿Por qué cree que los paramilitares mataban a sus víctimas, las descuartizaban, las incineraban?
¿Qué significa desaparecer a alguien? ¿Qué significa borrar de una lápida el nombre de una persona cuyo cuerpo ni siquiera está enterrado allí, un desaparecido? Es una forma de esclavitud emocional de los perpetradores: ‘yo sé dónde está tu padre al que maté, tú no, tú me perteneces’. No hemos elaborado una fenomenología ni una ontología al respecto.

En su novela no hay buenos. ¿Qué reflexión tiene de esto?
Un personaje cuarentón, inicialmente ‘bueno’ como Araoz. O una niña de 11 años, campesina, que es ‘buena’, como Violeta. Luego ambos devienen en criminales, ¿qué significa?

La sexualidad de Rosario y Violeta, dos de los personajes femeninos, es muy importante en la novela. Pero es una sexualidad digamos que vengativa. ¿Es así?
La sexualidad de las personas durante la guerra no es lo que se llamaría ‘normal’. Eso no existe. Hay testimonios de las aberraciones practicadas por las diversas fuerzas en conflicto. Tanto el Ejército como la Policía, las guerrillas y los paras, y la delincuencia común al servicio de unos y de otros. La maldad humana no tiene límite. Tampoco hay una arqueología que ello.

En el caso del sicario Leal, es tan frío, calculador y eficaz. ¿No cree que el lector en lugar de aborrecerlo termine admirándolo?
¿Es que alguien no siente horror, pena y simpatía por Raskolnikov?

Usted fue a San José del Guaviare, investigó, escribió su novela y ahora ya la tienen los lectores. ¿Qué cree que pensarán al leerla?
Mis libros son textos abiertos.

En Colombia se firmó un acuerdo de paz, pero hoy instituciones como la JEP dicen que estamos volviendo a registros de masacres, reclutamientos y desplazamientos muy similares a tiempos de los peores años del conflicto. ¿Qué reflexión hace de esto?
Más allá de la JEP, la advertencia de los investigadores fuertes es clara: ya empezó una dura ola de violencia producto de los incumplimientos de los acuerdos de paz y de la falta de un verdadero compromiso de la sociedad en general con los acuerdos de La Habana.

Al terminar una novela con una temática así, ¿cómo queda el autor?
Mi esposa puede dar cuenta de ello.

Y mientras tanto, el mejor alimento es la literatura. ¿Cuáles escritores son para usted imprescindibles?
Homero, Virgilio, San Agustín, Dante, Montaigne, Dostoievski, Flaubert, Faulkner, Hammett, Cain, Kawabata, Tanizaki, Coetzee, Svetlana Aleksiévich. Sin embargo, Kafka es el de cabecera.

ARMANDO NEIRA
EDITOR DE POLÍTICA

Leer la entrevista original:

‘La violencia que relato es odiosa, desborda la frontera de lo humano’

Periódico El Tiempo, Colombia

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